Tengo esto medio abandonado. Mezcla de vida ajetreada y pocas ganas de dedicar tiempo a escribir sobre cualquier cosa. Recuerdo que cuando empecé con este me autoimpuse la obligación de mantener el blog actualizado y de escribir cada semana aproximadamente. Menudo iluso.
Tampoco me he encontrado con nada interesante en estas semanas, al menos lo suficientemente interesante para que me llevase a escribir algo aquí. Todo tiene su lado bueno y esta sequía no iba a ser menos: me noto más benevolente con las chorradas que en forma de columna leo diaria o semanalmente en los periódicos. Debe ser duro aparentar que se sabe de todo y tener que escribir algo día sí y día también.
Pero un poco de desidia por mi parte también ha existido. No se explica, si no es por eso, cómo he podido obviar el vigésimo aniversario del fallecimiento de Juan Gómez, Juanito, o el trigésimo del inicio de la Guerra de las Malvinas (recordado hasta la saciedad en la prensa el fin de semana pasado: argentinos dictadores malos, Thatcher con unos cojones muy grandes, bla bla bla). En cualquier caso, para el tema de Juanito hay un reportaje de Informe Robinson (se puede ver en internet) muy bueno y para la Guerra de las Malvinas, pues hace unas semanas vi Iluminados por el Fuego, la película argentina que trata el conflicto desde la perspectiva de los veteranos que, a semejanza de la Guerra de Vietnam, vuelvan a casa tras la derrota encontrando sólo silencio y olvido a su paso. Es una buena película y mejor aún fue verla con subtítulos en inglés ya que de vez en cuando era incapaz de entender algunas expresiones porteñas.
La semana santa me ha dado algo de tiempo libre que entre otras cosas, como ordenar algunos asuntos o descubrir a Sam Cooke, me ha permitido ver Matar a un Ruiseñor, la película de 1962 protagonizada por Gregory Peck que está basada en la novela homónima de Harper Lee que, a su vez, fue galardonada con el premio Pulitzer.
Estamos en los años treinta, en el Sur de los Estados Unidos, y Atticus Finch (Peck) trabaja como abogado en un pequeño pueblo mientras se ocupa en exclusiva de sus hijos de seis y diez años en solitario al haber fallecido su madre hace ya algún tiempo. La vida transcurre relativamente apacible – los niños pasan el verano jugando en la calle e investigado la casa de unos vecinos enigmáticos – dentro de la pobreza general – un campesino paga en especio a Atticus una deuda derivada de la defensa que éste le proporcionó en un pleito pasado – hasta que el abogado decide aceptar la defensa de Tim Robinson, un negro acusado de haber apaleado y forzado a una muchacha blanca.
Desde el principio es evidente que se trata de un encargo de riesgo. Atticus tiene que enfrentarse a la incomprensión y, en algunos casos, a la violencia de sus vecinos, que no entienden no ya como es posible que ese ejemplo de moralidad que es el señor Finch haya no sólo decidido defender al acusado negro, si no ya dar algo de crédito a la versión de este. En la vista del juicio queda claro que el caso tiene demasiadas lagunas. A pesar del buen hacer del abogado, estamos en los años treinta, en el sur, y la palabra de un blanco vale sigue valiendo más que la de un negro.
Esta película me ha recordado a La Ley del Silencio (de Elia Kazan y protagonizada por Marlon Brando, la vi el año pasado y hablé de ella aquí) por la temática – protagonista que persigue el bien a pesar de los obstáculos que encuentra en su entorno – los estibadores del puerto en un caso, los vecinos del pueblo en otro. Matar a un ruiseñor, a pesar de prolongarse un poco más de dos horas, no se me hizo larga en absoluto.
Y ya era hora de tener algo de suerte con el cine o la televisión. Últimamente he pinchado un poco con Tinker, Tailor, Soldier, Spy (en español se ha llamado El Topo), la típica película de espías – en este caso ambientada en la Europa de los años setenta – que me encanta pero que no consiguió impactarme mucho. No es descartable que parte de la culpa sea la dificultad que tuve para seguir todos los diálogos (me faltaron los subtítulos). También pinché, en este caso mucho, con J. Edgar, lo que los entendidos llaman biopic (película biográfica) de Clint Eastwood sobre J. Edgar Hoover, el que fuera director del FBI durante buena parte del siglo veinte y considerado por muchos uno de los hombres más importantes de Estados Unidos, en algunos casos, con mayor poder que el presidente de turno. De aquí sólo me quedo con el papel de Leonardo DiCaprio, que interpreta a Hoover a lo largo de toda su vida, hasta su vejez. Además de la ya mencionada Iluminados por el Fuego (que se puede ver) en esta semana santa he caído en las garras de Homeland, la serie americana estrenada en otoño del pasado año sobre Nicholas Brody, un marine que tras pasar detenido en Iraq ocho años es encontrado por fuerzas especiales y enviado de regreso a casa.
La tématica me parecia interesante y soy fan de Damian Lewis, el actor que interpreta al sargento Brody, desde que hizo de Richard Winters en Hermanos de Sangre. El problema, la CIA tiene la sospecha de que Brody ha podido pasarse al enemigo y formar parte de una célula terrorista preparada para atacar en suelo americano. He visto la serie entera – 12 capítulos tiene esta primera temporada y, seguramente, habrá más – a pesar que desde el tercero ya se venía venir que lo que parecía una buena idea se estaba convirtiendo en una fantasmada de serie. A riesgo de parecer un snob, no sé si podré ver alguna serie de televisión más tras haber visto The Wire. ¡Maldita HBO!
Nicholas Brody.