sábado, 23 de julio de 2011

Wristcutters: a love story

A veces me pregunto qué es lo que pasa por la mente de los suicidas. Creo haber leído que, en España, hay más muertos por suicidios que por accidentes de tráfico (el silencio de los medios sobre este asunto puede hacernos olvidar su existencia). Quizá por ello o tal vez porque actuaba el gran Tom Waits me decidí a ver la película independiente Wristcutters: a love story, del director croata Goran Dukic. No tenía muchas expectativas de encontrar una respuesta sobre mi pregunta inicial ya que sabía de antemano que la película era una comedia negra pero, una vez vista, he quedado bastante satisfecho con la misma. De vez en cuando apetece ver algo que no tiene ninguna aspiración y que, sin embargo, consigue transmitirte algo.

La película comienza con el protagonista, Zia, poniendo en el tocadiscos Death and Lonely del mencionado Waits tras despertarse. Ordena su cuarto que está hecho una pocilga y, una vez acabado, hace honor al título del filme.

¿Y qué sucede después? ¿Adónde va? Pues a un mundo idéntico al que acaba de dejar, solo que más triste (nadie sonríe), anodino y gris. Ah, y sólo poblado por suicidas. Aquí Zia pasa los días bien tirado en la cama o bien trabajando en la pizzería donde su compañero de piso, un austriaco grandullón con un pequeño moratón circular en la sien que da idea de la forma elegida para llegar a este mundo, le buscó una ocupación. Por las noches suele frecuentar un local donde conoce a Eugene (mientras suena Love will tear us apart, de Joy Division, cuyo cantante también cometió suicidio; posteriormente compruebo en la wikipedia que también estaba sonando Deathwish de Christian Death, cuyo líder corrió la misma suerte que Ian Curtis) un cantante de rock – menuda forma más original de suicidarse – que está acompañado por toda su familia en esta nueva etapa (sus padres y su hermano menor).

En una visita habitual al supermercado, Zia se encuentra con un viejo amigo que le informa de que su ex novia, Desiree (probablemente la causa del suicidio de Zia), está también aquí con ellos. Así que Zia tarda poco en convencer a Eugene a emprender un viaje en el viejo y destartalado coche de este último para buscarla.

El grado de surrealismo del viaje no para de crecer, especialmente con la incorporación de Mikal, una chica a la que ambos recogen haciendo autostop y que no para de explicar a todo el que se encuentra que está en este mundo por error y que quiere hablar con quién este al mando (people in charge o, simplemente, P.I.C.). El zénit del viaje coincide con la aparición de Kneller (Tom Waits), una especie de líder de una pequeña comunidad donde los milagros (gente levitando, colores que cambian, cerillas que vuelan) son el pan nuestro de cada día.


Cuando parece que la película se está estropeando – tanto surrealismo no es bueno – se produce un giro inesperado que permite la finalización con una sonrisa, al menos en mi caso. Y es que se trata de una película sin pretensiones, divertida, con buena música, que, además, se puede ver bien en inglés ya que los diálogos no son ni muy rápidos ni muy enrevesados.

lunes, 11 de julio de 2011

Mellencamp & Manchester

Como amenacé en su momento, he hecho una escapada a Manchester con ocasión del concierto que allí dio John Mellencamp en el marco de la gira europea en la que está presentando su trabajo No better than this. Así que las próximas líneas serán una recopilación de idas y venidas de la ciudad y del concierto.

John Mellencamp, en los viejos tiempos.

Tengo cierta predilección por aquellas ciudades de segunda fila pero con historia que, como Manchester, mantienen su identidad a rebufo de otra hermana más agraciada: prefiero Amberes a Bruselas, Munich a Berlín o Burdeos a Paris (que fea es Paris, por cierto). Con Manchester me pasa igual, no es que la prefiera sobre Londres, pero tiene algo más de sosiego y tranquilidad que la dan un toque especial.

Es una ciudad pequeña, muy pequeña, que se puede recorrer andando sin ningún problema, quizá sólo haya que coger el transporte público para ir a las afueras, a la zona de los Quays (Salford), refugio del Imperial War Museum North, Old Trafford, un Outlet, una sede de la BBC y unos edificios de apartamentos bastante elegantes.

Llegué allí un viernes a media tarde, con el tiempo justo para dejar los bártulos en el hotel, hacer una rápida merienda cena y dirigirme, sin apenas ver nada de la ciudad (un poco de Piccadilly Gardens y de la estación de tren de Manchester Piccadilly), hacia las afueras por una amplia avenida rodeada de espacios residenciales. Muchos ventanales grandes y pocas rejas, buena señal. Y es que en las afueras estaba el recinto – Manchester Apollo – en el que el señor Mellecamp daba el recital. Me tome un helado en el McDonald’s adyacente, convenientemente decorado con fotos de los músicos de la zona, y me puse en la cola de la entrada, rodeado de gente que me sacaba unos veinte o treinta años, todos ellos con camisetas del artista. 


El Manchester Apollo me pareció bastante bonito por fuera. Está situado en una medio curva de la avenida y es imposible no verlo según se sale de Manchester hacia el sur. Una vez dentro la opinión del local no puede sino aumentar. Caben casi mil personas sentadas – como era la ocasión – y más de dos mil quinientas de pie, en un espacio de dos plantas, coqueto y sin dar sensación de agobio.

Tras un documental de una hora sobre la gira americana del cantante comenzó el espectáculo. He de decir que, a parte de sus mayores éxitos (Small Town, Jackie Brown o Jack & Diane), no conocía ninguna canción más de él. Punto. Me gusta lo que había oído hasta entonces y, como digno representante del llamado Heartland Rock, no podía perderme el concierto. Fueron dos horas que se me pasaron volando: guitarras eléctricas, teclados, parte acústica, violín, momento banjo y, finalizando, de nuevo la parte más rockera. Otra muesca más al revólver de las experiencias y, de vuelta al hotel, sorpresa al constatar como en Manchester cerraban la mayoría de los pubs a las once de la noche (estoy hablando de pubs en el centro de la ciudad).



El día siguiente era día de turismo, totalmente reservado para conocer la ciudad. La preparación no había sido buena en absoluto por cuestiones de tiempo, pero unas cuantas ideas sí tenía claras: el barrio de Malasaña (Northern Quarter), las bibliotecas (Chetham – luego descubrí que cerraba el fin de semana, una pena pues es aquí donde Engels y Marx escribieron gran parte de sus obras -, John Reylands (una joyita en Deansgate donde, junto con estudiantes de la Universidad de Manchester que aprovechan la tranquilidad del sitio para conectarse a sus portátiles puedes contemplar un ejemplar de 1611 de la Biblia del Rey Jorge) o la Central Library…cerrada por obras hasta 2013), la zona comercial, la catedral y el ayuntamiento. Según se diese el día, se podrían afrontar otras empresas como el Museo de Ciencia y Tecnología o la Universidad).

El día, no sé si bien o mal, empezó pronto. Estaba en pie y ya desayunado cuando aún faltaba una hora y media para que las primeras tiendas comenzasen a abrir y la gente empezase a inundar las arterias de la ciudad. Había que improvisar. Y sólo tenía un plano del centro bastante flojo. Tras hacer un paseo por el Northern Quarter – que sirvió también para calcular distancias y ver las tiendas que luego abrirían – me dirigí al este, hacia el City of Manchester Stadium, que está dentro de un complejo polideportivo construido con ocasión de los juegos de la Commonwealth que se celebraron en Manchester en 2002. Me di la vuelta de rigor por el campo, entré en la tienda oficial del equipo que allí juega (Manchester City, no tan conocido como sus vecinos del United) y volví, paso ligero, al centro. El Northern Quarter es un mini-malasaña repleto de tiendas con ropa vintage y discos de segunda mano. Affleck’s, un edificio lleno de tiendas de este estilo, es parada obligada si se va a visitar el barrio.

Affleck's

Sin hacer ninguna compra pues no había nada del otro jueves, paseé por las calles comerciales en dirección a la catedral. Algunas de estas calles, como por ejemplo Market Street, recuerda bastante a la calle principal de Amberes (no recuerdo el nombre pero es la calle que va desde la estación de trenes hasta el mar…aunque la calle de Amberes es mucho más grande y señorial). Entre el bullicio de los consumidores te encontrabas con remansos de paz como la plaza de St. Ann, donde un músico y un mercado de productos italianos le daban un toque completamente distinto al panorama que, hasta entonces, estaba viendo.


Una potente bomba del IRA en 1996 destruyó todo el centro de Manchester y constituyo una oportunidad para la revitalización del mismo. Los centros comerciales, la noria, los cines y edificios modernos que se mezclan con la catedral o la Chetham Library son herencia de ese esfuerzo. No soy muy amigo de esas mezclas de modernidad con antigüedad pero aquí en Manchester tengo que hacer una excepción. 


Como voy bastante bien de tiempo me dirijo por Deansgate hasta el Museo de Ciencia e Industria (Manchester y Liverpool fueron la cuna de la Revolución Industrial). El museo, gratuito, me pareció muy bueno, aunque creo que lo hubiera aprovechado mejor si aún recordara mis clases de historia del instituto. 

Tras ver unas seudo ruinas romanas bajo toda Oxford Street (con sus edificios de ladrillo rojizo – como el del Palace, frente a la estación de tren – que me recuerdan a Saint Pancreas o King Cross, que nunca me aclaro) paseando entre los edificios de la Universidad de Manchester. Está bien, pero me vuelvo al centro, que alguna compra tenía que hacer (todo sensiblemente más barato que aquí, en fin). 

El último día estaba reservado para Salford, una zona de las afueras recientemente revitalizada. Había varias torres de apartamentos muy, muy interesantes pero por lo demás, no mereció mucho la pena (Old Trafford me dejó igual y el Imperial War Museum North me pareció desaprovechado, aunque imponente desde fuera). Seguramente la mañana se hubiese aprovechado mejor en Liverpool, pero no me quejo, así hay excusa para otra visita a la zona.
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