A veces me pregunto qué es lo que pasa por la mente de los suicidas. Creo haber leído que, en España, hay más muertos por suicidios que por accidentes de tráfico (el silencio de los medios sobre este asunto puede hacernos olvidar su existencia). Quizá por ello o tal vez porque actuaba el gran Tom Waits me decidí a ver la película independiente Wristcutters: a love story, del director croata Goran Dukic. No tenía muchas expectativas de encontrar una respuesta sobre mi pregunta inicial ya que sabía de antemano que la película era una comedia negra pero, una vez vista, he quedado bastante satisfecho con la misma. De vez en cuando apetece ver algo que no tiene ninguna aspiración y que, sin embargo, consigue transmitirte algo.
La película comienza con el protagonista, Zia, poniendo en el tocadiscos Death and Lonely del mencionado Waits tras despertarse. Ordena su cuarto que está hecho una pocilga y, una vez acabado, hace honor al título del filme.
¿Y qué sucede después? ¿Adónde va? Pues a un mundo idéntico al que acaba de dejar, solo que más triste (nadie sonríe), anodino y gris. Ah, y sólo poblado por suicidas. Aquí Zia pasa los días bien tirado en la cama o bien trabajando en la pizzería donde su compañero de piso, un austriaco grandullón con un pequeño moratón circular en la sien que da idea de la forma elegida para llegar a este mundo, le buscó una ocupación. Por las noches suele frecuentar un local donde conoce a Eugene (mientras suena Love will tear us apart, de Joy Division, cuyo cantante también cometió suicidio; posteriormente compruebo en la wikipedia que también estaba sonando Deathwish de Christian Death, cuyo líder corrió la misma suerte que Ian Curtis) un cantante de rock – menuda forma más original de suicidarse – que está acompañado por toda su familia en esta nueva etapa (sus padres y su hermano menor).
En una visita habitual al supermercado, Zia se encuentra con un viejo amigo que le informa de que su ex novia, Desiree (probablemente la causa del suicidio de Zia), está también aquí con ellos. Así que Zia tarda poco en convencer a Eugene a emprender un viaje en el viejo y destartalado coche de este último para buscarla.
El grado de surrealismo del viaje no para de crecer, especialmente con la incorporación de Mikal, una chica a la que ambos recogen haciendo autostop y que no para de explicar a todo el que se encuentra que está en este mundo por error y que quiere hablar con quién este al mando (people in charge o, simplemente, P.I.C.). El zénit del viaje coincide con la aparición de Kneller (Tom Waits), una especie de líder de una pequeña comunidad donde los milagros (gente levitando, colores que cambian, cerillas que vuelan) son el pan nuestro de cada día.
Cuando parece que la película se está estropeando – tanto surrealismo no es bueno – se produce un giro inesperado que permite la finalización con una sonrisa, al menos en mi caso. Y es que se trata de una película sin pretensiones, divertida, con buena música, que, además, se puede ver bien en inglés ya que los diálogos no son ni muy rápidos ni muy enrevesados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario