viernes, 6 de mayo de 2011

Un día en la sierra

Era domingo de Ramos y el plan consistía en pasar el día tranquilamente en la sierra, dando un tranquilo paseo por la montaña, respirando aire libre y comiendo unos bocatas tranquilamente.

No sé muy bien en que momento cambió el plan pero lo cierto es que, en un abrir y cerrar de ojos, la situación dio un giro de ciento ochenta grados y el nuevo objetivo era subir el pico de Peñalara por la parte difícil, es decir, atravesando el risco de los Pájaros y el de los Claveles.
 
 

Para lo que no lo sepáis, Peñalara es el pico más alto (más de dos mil cuatrocientos metros) de la Sierra de Guadarrama, situada a algo menos de una hora de Madrid. Se puede ir a la laguna de Peñalara, que es una excursión asequible y bonita, pero no, nosotros decidimos ir en busca de la grandeza. Y con zapatillas de running.

La temperatura era idónea hasta sólo cinco o diez minutos antes de llegar al punto de partida (el aparcamiento del Puerto de Cotos). En esos cinco o diez minutos pudimos experimentar una bajada de más de diez grados de temperatura y vimos con estupor como aún quedaba bastante nieve en las laderas de la montaña por la que pasaba la carretera.
 
 Lo único que veíamos al principio

Íbamos razonablemente bien abrigados y comenzamos la subida por la pista forestal. En un momento, giramos hacia la derecha (el camino de la izquierda era la sencilla subida a Peñalara por Dos Hermanas, según los entendidos). Hasta ese momento sólo había niebla en el ambiente, así que no conseguíamos apreciar el paisaje. Cruzamos el arroyo de Peñalara siguiendo el camino hacia la Laguna Grande. El  camino está siendo sencillo aunque nada más cruzar ese arroyo (por un puente, no os preocupéis) hay un pequeño tramo de piedras bastante empinado en el que empiezo a darme cuenta de que, tal vez, no haya sido tan buena idea esto de ir a pasar el día a la sierra.
 
 El arroyo de Peñalara

Una vez coronamos ese pequeño repecho y, tras andar por otro camino (todo está bien señalizado) un rato, vemos nieve. Pero no como la habíamos visto hasta ahora. Aquí no ha hecho sol en toda la primavera. Hay un manto tremendo de ese polvo blanco que llega a cubrir prácticamente toda la laguna desde la ladera de la montaña.
 
 

De momento no hay peligro pues aún se puede andar por la tierra (o el barro), sólo hay que tener cuidado con los resbalones. Es en este momento cuando hacemos la primera parada para comer, tras llevar unas dos horas caminando.

La parada es bastante rápida y casi sin descanso retomamos la marcha, primero hacía la Laguna de los Claveles (cubierta completamente por la nieve) y luego hacía la de los Pájaros, momento en el cual tendremos que emprender la subida a Peñalara por el lado difícil (por la cara norte, vamos).

En este momento ya no nos queda más remedio que caminar sobre la nieve (recuerdo, con zapatillas de correr, con su membrana fina y todo eso). Estamos con los pies bastante calados (en algún momento nos hemos hundido hasta la rodilla) y, subiendo unos doscientos metros desde la laguna de los Pájaros hacía el risco del mismo nombre (hasta la altura de un primer collado), nos damos cuenta de que esto no es Misión Imposible, pero se le está empezando a parecer demasiado (con toda la chabacanería española de serie, por supuesto). Así que decidimos pensar un poco y desistir de nuestro objetivo (yo creo que tampoco lo hubiésemos logrado de hacer buen tiempo, pues no llevábamos la preparación adecuada y la montaña estaba muy empinada, a mi parecer).
 
Algo de vida (una mariquita) entre tanto frío

El camino de vuelta, algo aburrido por ser por el mismo sitio y no haber podido cerrar el círculo, nos sobresalta de vez en cuando ante comentarios del estilo: ¿por aquí hemos venido antes? Estos comentarios se repitieron cada diez, quince minutos, mostrando nuestra pericia como montañeros.
 
A la vuelta no había niebla

En el último tramo de la vuelta ya lucía el sol y se podía apreciar mejor el paisaje que no pudimos ver por la mañana.
 
 

Tras unas cinco horas de caminata, nos montamos en el coche y vimos el Monasterio de El Paular (yo tendré que volver porque mi grado de agotamiento hizo que no fuese consciente de nada) que está a apenas diez minutos continuando por la misma carretera. Seguidamente fuimos a tomar un refrigerio (estupenda tarta de chocolate y pera, en mi caso) a Rascafría y de allí emprendimos la vuelta a casa. Menuda forma de empezar la Semana Santa.

No siendo muy montañero (por falta de tiempo, de ganas, por el motivo que sea), me gustó la experiencia y me gustaría repetir. Claro, cuando ya no haya nieve. Y quizá con rutas más asequibles (tampoco me voy a comprar botas y el resto de equipamiento para ir dos días al año a la montaña). Let’s see.

Me gustaría comentar algo que un amigo denominó como la falsa camaradería de los montañeros. No entiendo porque hay que decir hola cada vez que te cruzas con alguien por la montaña…a mi me pasa también cuando voy a correr, que si me cruzo con alguien muchos saludan (y yo tengo que hacer un ademán con la mano, porque hablar no puedo, jaja). A ver, no me molesta, se dice hola y ya está. Pero, no sé, cuando voy al Corté Ingles no voy diciendo hola a la gente. Me gustaría saber si estos montañeros que saludan a desconocidos el lunes por la mañana les dan los buenos días a sus compañeros de trabajo.

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