A veces no recuerdo la razón de muchas cosas. Creo que tengo que llevar un cuaderno e ir apuntando los detalles. Quizá el blog ayude a ello. No suelo recordar, entre otras cosas, la razón por la que me empiezo a interesar por algo. Me gusta el fútbol americano y cuando alguien me pregunta desde cuándo y por qué, titubeo y me acabo medio inventado una historia. Recuerdo que hace cuatro o cinco años (¡cómo pasa el tiempo!), para relajarme en los exámenes, me jugaba unas partiditas al tetris en una página web y allí había un juego bastante rudimentario de fútbol americano. Recuerdo que intenté comprender las reglas porque por aquel entonces veía algo de rugby y encontré una página en español muy completa (la web de Diego Pérez). Luego llegó la tele de pago y la posibilidad de ver partidos en directo y de ir aprendiendo las reglas y la filosofía del juego. Recuerdo que el primer partido que ví fue un domingo de Diciembre del 2005 que se jugaba en el campo de Washington (juro que no me enteré de nada). Los recuerdos más formados los tengo del mes siguiente: Enero de 2006. Jugaban Pittsburgh e Indianápolis, y los últimos minutos fueron de infarto (intercepciones, fumble de Jerome Bettis en la goal-line, field goal fallado por Vanderjagt...aquí un resumen).
Después de todo este rollo del fútbol americano sigo sin acordarme con certeza cuando me empezó a gustar salir a correr. Me parece que un amigo dijo algo de apuntarse a la San Silvestre hace ya cuatro años...y nos quedamos sin plazas. Desde entonces y hasta el viernes no he faltado a la cita (salvo por lesión el primer año, lo que le dio más emoción a mi primera participación). Y, sin ser algo que me apetezca hacer todos los días (lo de salir a correr), estoy saliendo más a menudo que nunca y el gusanillo de las carreras me llama cuando pasan un par de meses sin apuntarme a ninguna.
La San Silvestre Vallecana nace en 1964 a semejanza de la San Silvestre Paulista que se celebra en São Paulo todos los años. De los 57 participantes de aquel año a las 34.000 inscripciones agotadas en menos de cinco días de esta edición han tenido que pasar muchas cosas. Propio del día de nochevieja, el ambiente es muy festivo. Sólo los que salen en las primeras oleadas van a competir y a intentar hacer marca. De la mitad para atrás abundan los disfraces (Bob Esponja ha sido el más repetido este año) y el ambiente distendido. La prueba comienza en la plaza de los Sagrados Corazones (detrás del Bernabéu, a la altura de La Esquina) y la cola de corredores esperando la salida llega a cruzar la Castellana. Es tal la aglomeración que la salida se demora casi una hora. Según el tiempo que hayas acreditado en pruebas anteriores, tienes derecho a colocarte más adelante en la salida (en los denominados "cajones") y la salida se va realizando en oleadas, de manera que, desde que salieron los primeros (a las 17.30) hasta que salieron los últimos (los corredores sin dorsal y, por tanto, sin acceso a los cajones de salida), transcurrieron al menos tres cuartos de hora.
La carrera empieza muy fuerte con una subida de unos 200/300 metros de la calle Concha Espina hasta hacer un giro brusco a derechas para tomar el cómodo descenso de la calle Serrano. Salvo algún repecho pequeño (como el que subimos al cruzar María de Molina), el recorrido será llano o descendente hasta la parte final donde la Avenida de la Albufera se irá cobrando sus víctimas (los que corrieron demasiado al principio, los que nunca estuvieron preparados para esto; ¡qué noche más larga les espera!). Salgo a las seis de la tarde y, a pesar de que ya es de noche, el alumbrado público aún tarde quince minutos en encenderse. Es por ello que el primer tramo de Serrano, zona de embajadas y pequeños chalets, aún no está muy animado (aunque ya me conozco a un niño en uno de esos chalets que nos pega unos berridos como si fuese el mismísimo demonio). Los espectadores (ausentes en cualquier otra carrera madrileña que se celebre un domingo a las nueve, como es habitual) comienzan a aparecer a la altura de El Corte Inglés de Serrano con las luces de navidad, luego otros pocos en Colón, algunos en el giro de Alcalá y, ya desde el Paseo del Prado, cada vez hay más y más gente que no para de animar: niños que te chocan la mano, señoras con cacerolas haciendo ruido. A veces parece que estás subiendo un puerto de montaña del Tour de Francia.
El ruido en Atocha es sorprendente. La avenida Ciudad de Barcelona está toda cortada para los corredores, pero la gente se arremolina en la mediana y hace más ilusión correr por la derecha que por la izquierda, a espaldas del público. En algún momento, ya en la avenida de la Albufera, los corredores profesionales (que saldrán a las ocho de la noche) se desvían y callejean por Vallecas. Los aficionados seguimos subiendo por la gran avenida con ganas de ver cuando hacemos ese giro de noventa grados a la derecha que nos indica que prácticamente hemos llegado al último kilómetro (que ya es descendente). A mí este último kilómetro se me hace más largo de lo habitual, aún así sigo adelantando gente porque parece que puedo bajar de 55 minutos. Enseguida me doy cuenta de mi error, aún no había pasado la pancarta del kilómetro nueve y, cuando lo hago, sólo me quedan tres minutos y medio para alcanzar ese mini objetivo. Las calles son otra vez más estrechas y adelantar, que nunca ha sido fácil, se complica otra vez un poco más (si cada uno se pusiese donde le corresponde en los cajones de salida otro gallo cantaría, pero esto me temo que es predicar en el desierto). Sigo corriendo a tope y me empiezo a preocupar porque no veo indicaciones de la llegada a meta (hay una llegada para aquellos que corren sin dorsal y luego la llegada "oficial", tras una cuesta de 100 metros que estoy empezando a temer). Al fin llega, veo mi reloj y llevo 56 minutos y diez segundos. Creo que es la primera vez que no tengo necesidad de esprintar al final (no sé como lo hago pero en todas las carreras cuando estoy llegando a meta veo que quedan 10 o 20 segundos para alcanzar un determinado minuto y siempre esprinto para bajar de ese tiempo) y aprovecho la ocasión, dejándome ir los últimos metros. Sigo andando hasta ver un lugar más despejado para quitarme el chip de la zapatilla mientras voy recuperando el aliento. San Silvestre 2010, otra muesca en mi revólver. Ahora la vuelta a casa, con el metro lleno de corredores, a intentar sobrevivir a la noche de la forma más digna posible.
Es verdad que, a pesar de tener un recorrido favorable, es imposible correr (no sólo por el hecho de ser más de treinta mil personas, sino también por el "morro" de muchos que se ponen donde no deben). Es verdad que por 19 euros (el doble de lo que pagas en cualquier carrera de diez kilómetros) podríamos recibir mucho más (por ejemplo, una camiseta sin cuello de elefante). Es verdad que la gente no tiene vergüenza (tercera vez que lo digo ya aquí): adelantar a una familia entera (sin dorsal) que van de la mano por Serrano incrementan mis ganas de convertirme en Travis Bickle y montar una carnicería. Pero algo tiene esta carrera - no sé si son las ganas de fiesta de los participantes, el público, la idea de acabar el año haciendo deporte o una mezcla de todo lo anterior - que me dice que repetiré mientras pueda.
Y nada más. Mi primera entrada de este año nuevo para la última carrera del año viejo. Y Tom Waits de fondo, no sé cómo podría estar mejor. Dejo aquí un vídeo que da fe de que todo lo que he escrito - o la mayor parte - es verdad:
Después de todo este rollo del fútbol americano sigo sin acordarme con certeza cuando me empezó a gustar salir a correr. Me parece que un amigo dijo algo de apuntarse a la San Silvestre hace ya cuatro años...y nos quedamos sin plazas. Desde entonces y hasta el viernes no he faltado a la cita (salvo por lesión el primer año, lo que le dio más emoción a mi primera participación). Y, sin ser algo que me apetezca hacer todos los días (lo de salir a correr), estoy saliendo más a menudo que nunca y el gusanillo de las carreras me llama cuando pasan un par de meses sin apuntarme a ninguna.
La San Silvestre Vallecana nace en 1964 a semejanza de la San Silvestre Paulista que se celebra en São Paulo todos los años. De los 57 participantes de aquel año a las 34.000 inscripciones agotadas en menos de cinco días de esta edición han tenido que pasar muchas cosas. Propio del día de nochevieja, el ambiente es muy festivo. Sólo los que salen en las primeras oleadas van a competir y a intentar hacer marca. De la mitad para atrás abundan los disfraces (Bob Esponja ha sido el más repetido este año) y el ambiente distendido. La prueba comienza en la plaza de los Sagrados Corazones (detrás del Bernabéu, a la altura de La Esquina) y la cola de corredores esperando la salida llega a cruzar la Castellana. Es tal la aglomeración que la salida se demora casi una hora. Según el tiempo que hayas acreditado en pruebas anteriores, tienes derecho a colocarte más adelante en la salida (en los denominados "cajones") y la salida se va realizando en oleadas, de manera que, desde que salieron los primeros (a las 17.30) hasta que salieron los últimos (los corredores sin dorsal y, por tanto, sin acceso a los cajones de salida), transcurrieron al menos tres cuartos de hora.
La carrera empieza muy fuerte con una subida de unos 200/300 metros de la calle Concha Espina hasta hacer un giro brusco a derechas para tomar el cómodo descenso de la calle Serrano. Salvo algún repecho pequeño (como el que subimos al cruzar María de Molina), el recorrido será llano o descendente hasta la parte final donde la Avenida de la Albufera se irá cobrando sus víctimas (los que corrieron demasiado al principio, los que nunca estuvieron preparados para esto; ¡qué noche más larga les espera!). Salgo a las seis de la tarde y, a pesar de que ya es de noche, el alumbrado público aún tarde quince minutos en encenderse. Es por ello que el primer tramo de Serrano, zona de embajadas y pequeños chalets, aún no está muy animado (aunque ya me conozco a un niño en uno de esos chalets que nos pega unos berridos como si fuese el mismísimo demonio). Los espectadores (ausentes en cualquier otra carrera madrileña que se celebre un domingo a las nueve, como es habitual) comienzan a aparecer a la altura de El Corte Inglés de Serrano con las luces de navidad, luego otros pocos en Colón, algunos en el giro de Alcalá y, ya desde el Paseo del Prado, cada vez hay más y más gente que no para de animar: niños que te chocan la mano, señoras con cacerolas haciendo ruido. A veces parece que estás subiendo un puerto de montaña del Tour de Francia.
El ruido en Atocha es sorprendente. La avenida Ciudad de Barcelona está toda cortada para los corredores, pero la gente se arremolina en la mediana y hace más ilusión correr por la derecha que por la izquierda, a espaldas del público. En algún momento, ya en la avenida de la Albufera, los corredores profesionales (que saldrán a las ocho de la noche) se desvían y callejean por Vallecas. Los aficionados seguimos subiendo por la gran avenida con ganas de ver cuando hacemos ese giro de noventa grados a la derecha que nos indica que prácticamente hemos llegado al último kilómetro (que ya es descendente). A mí este último kilómetro se me hace más largo de lo habitual, aún así sigo adelantando gente porque parece que puedo bajar de 55 minutos. Enseguida me doy cuenta de mi error, aún no había pasado la pancarta del kilómetro nueve y, cuando lo hago, sólo me quedan tres minutos y medio para alcanzar ese mini objetivo. Las calles son otra vez más estrechas y adelantar, que nunca ha sido fácil, se complica otra vez un poco más (si cada uno se pusiese donde le corresponde en los cajones de salida otro gallo cantaría, pero esto me temo que es predicar en el desierto). Sigo corriendo a tope y me empiezo a preocupar porque no veo indicaciones de la llegada a meta (hay una llegada para aquellos que corren sin dorsal y luego la llegada "oficial", tras una cuesta de 100 metros que estoy empezando a temer). Al fin llega, veo mi reloj y llevo 56 minutos y diez segundos. Creo que es la primera vez que no tengo necesidad de esprintar al final (no sé como lo hago pero en todas las carreras cuando estoy llegando a meta veo que quedan 10 o 20 segundos para alcanzar un determinado minuto y siempre esprinto para bajar de ese tiempo) y aprovecho la ocasión, dejándome ir los últimos metros. Sigo andando hasta ver un lugar más despejado para quitarme el chip de la zapatilla mientras voy recuperando el aliento. San Silvestre 2010, otra muesca en mi revólver. Ahora la vuelta a casa, con el metro lleno de corredores, a intentar sobrevivir a la noche de la forma más digna posible.
Es verdad que, a pesar de tener un recorrido favorable, es imposible correr (no sólo por el hecho de ser más de treinta mil personas, sino también por el "morro" de muchos que se ponen donde no deben). Es verdad que por 19 euros (el doble de lo que pagas en cualquier carrera de diez kilómetros) podríamos recibir mucho más (por ejemplo, una camiseta sin cuello de elefante). Es verdad que la gente no tiene vergüenza (tercera vez que lo digo ya aquí): adelantar a una familia entera (sin dorsal) que van de la mano por Serrano incrementan mis ganas de convertirme en Travis Bickle y montar una carnicería. Pero algo tiene esta carrera - no sé si son las ganas de fiesta de los participantes, el público, la idea de acabar el año haciendo deporte o una mezcla de todo lo anterior - que me dice que repetiré mientras pueda.
Y nada más. Mi primera entrada de este año nuevo para la última carrera del año viejo. Y Tom Waits de fondo, no sé cómo podría estar mejor. Dejo aquí un vídeo que da fe de que todo lo que he escrito - o la mayor parte - es verdad:
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