"Show me the manner in which a nation or community cares for its dead
and I will measure with mathematical exactness the tender mercies of
its people, their respect for the laws of the land, and their loyalty
to high ideals."
William E. Gladstone
Acabo de dar a borrar sin querer y me ha desaparecido el artículo que tenía ya medio escrito desde hace una semana. Vamos a no entrar en pánico y a intentar salir de este contratiempo de la forma más honrosa posible, así que vuelvo a comenzar.
La semana pasada visité el Panteón de Hombres Ilustres de Madrid. Se trata de un edificio pensado para que reposen en él los restos de personajes de especial significancia para la nación. Se encuentra en la calle Julián Gayarre, a apenas cinco minutos caminando de la estación de Atocha, yendo por el Paseo de la Reina Cristina.
La idea se remonta a 1837, cuando las Cortes Generales aprobaron un proyecto por el que se instaba la conversión de la iglesia de San Francisco el Grande (que aún no he visitado) en Panteón de Hombres Ilustres. Poco después se formó una comisión destinada a estudiar, en primer lugar, qué personajes eran merecedores de ser incluidos en dicho Panteón y, una vez realizada esa tarea, localizar sus restos. Es por ello se dieron por ilocalizables los restos de Cervantes, Lope de Vega o, entre otros, Velázquez.
Por fin, en 1869, se inaugura el Panteón en una ceremonia grandiosa en la que participan bandas de música, unidades militares, estudiantes, religiosos y políticos formando una comitiva que se extiende por cinco kilómetros. Entre los primeros ocupantes de este edificio se encuentran militares como el Gran Capitán, arquitectos como Ventura Rodríguez o escritores como Quevedo.
Sucede que los restos permanecieron durante un tiempo en el Panteón para posteriormente volver a sus lugares de origen, quedando el Panteón vacío de contenido y olvidándose poco a poco la idea inicial. En 1890, se retoma ésta con más impulso, ahora sí, en su emplazamiento habitual, aprovechando el enterramiento en la contigua Basílica de Nuestra Señora de Atocha (por aquel entonces, Cuartel de Inválidos) de personajes de una importancia indiscutible como los generales Prim, Castaños y Palafox.
En 1901 finalizan los trabajos de adecentamiento del nuevo Panteón y se trasladan a él los restos de los militares antes citados, además de personajes ilustres como Mendizábal, Cánovas, Sagasta, Dato o Canalejas (en los años posteriores).
Sin embargo, en el siglo XX se vuelve a producir el éxodo de personajes: Castaños a Bailén, Gravina al Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando, Prim a Rosas, etc. Y de ahí nos encontramos en la situación actual. Con un edificio prácticamente desconocido y deshabitado, que sólo cuenta con los restos mortales de José Canalejas y, eso sí, con cinco o seis monumentos funerarios que a mí me han parecido muy bonitos. Nada más entrar esta el monumento de Práxedes Mateo Sagasta, que si no me equivoco era el que se turnaba en el gobierno con Cánovas del Castillo a finales del siglo XIX. A continuación está el de Eduardo Dato y seguidamente el enorme monumento de Cánovas. Completa el trío de primeros ministros asesinados José Canalejas, que es el único que todavía reposa allí, con un monumento en el que tres personas le están trasladando hacia su tumba, me pareció muy bonito. Los monumentos de Ríos Rosas y el marqués del Duero son algo más "convencionales". En el patio interior está el mausoleo conjunto, con los restos de Mendizábal, Ponzano, Argüelles o, entre otros, Martínez de la Rosa que no pude visitar al encontrarse cerrado el patio.
Salgo del Panteón y vuelvo sobre mis pasos hacia la estación de Atocha. Continuo andando por el Paseo del Prado hasta Neptuno, veo el Monumento a los Héroes del Dos de Mayo, medio olvidado y escondido, como por vergüenza, que supuestamente recuerda a todos los caídos por España. Y no puedo evitar acordarme de la cita del principio de esta entrada que abría un libro que leí el año pasado sobre el cementerio de Arlington. O sobre la tumba del soldado desconocido del Arco del Triunfo en París. O sobre como nunca faltan coronas de amapolas en los diversos monumentos en honor a los muertos que hay en Londres.
Alguna vez fuimos como ellos. O lo intentamos.
La idea se remonta a 1837, cuando las Cortes Generales aprobaron un proyecto por el que se instaba la conversión de la iglesia de San Francisco el Grande (que aún no he visitado) en Panteón de Hombres Ilustres. Poco después se formó una comisión destinada a estudiar, en primer lugar, qué personajes eran merecedores de ser incluidos en dicho Panteón y, una vez realizada esa tarea, localizar sus restos. Es por ello se dieron por ilocalizables los restos de Cervantes, Lope de Vega o, entre otros, Velázquez.
Por fin, en 1869, se inaugura el Panteón en una ceremonia grandiosa en la que participan bandas de música, unidades militares, estudiantes, religiosos y políticos formando una comitiva que se extiende por cinco kilómetros. Entre los primeros ocupantes de este edificio se encuentran militares como el Gran Capitán, arquitectos como Ventura Rodríguez o escritores como Quevedo.
Sucede que los restos permanecieron durante un tiempo en el Panteón para posteriormente volver a sus lugares de origen, quedando el Panteón vacío de contenido y olvidándose poco a poco la idea inicial. En 1890, se retoma ésta con más impulso, ahora sí, en su emplazamiento habitual, aprovechando el enterramiento en la contigua Basílica de Nuestra Señora de Atocha (por aquel entonces, Cuartel de Inválidos) de personajes de una importancia indiscutible como los generales Prim, Castaños y Palafox.
En 1901 finalizan los trabajos de adecentamiento del nuevo Panteón y se trasladan a él los restos de los militares antes citados, además de personajes ilustres como Mendizábal, Cánovas, Sagasta, Dato o Canalejas (en los años posteriores).
Sagasta y, al fondo, Eduardo Dato (me gustó la inscripción: nacido para la Patria, muerto por ella)
Monumento funerario de Antonio Cánovas del Castillo.
Sin embargo, en el siglo XX se vuelve a producir el éxodo de personajes: Castaños a Bailén, Gravina al Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando, Prim a Rosas, etc. Y de ahí nos encontramos en la situación actual. Con un edificio prácticamente desconocido y deshabitado, que sólo cuenta con los restos mortales de José Canalejas y, eso sí, con cinco o seis monumentos funerarios que a mí me han parecido muy bonitos. Nada más entrar esta el monumento de Práxedes Mateo Sagasta, que si no me equivoco era el que se turnaba en el gobierno con Cánovas del Castillo a finales del siglo XIX. A continuación está el de Eduardo Dato y seguidamente el enorme monumento de Cánovas. Completa el trío de primeros ministros asesinados José Canalejas, que es el único que todavía reposa allí, con un monumento en el que tres personas le están trasladando hacia su tumba, me pareció muy bonito. Los monumentos de Ríos Rosas y el marqués del Duero son algo más "convencionales". En el patio interior está el mausoleo conjunto, con los restos de Mendizábal, Ponzano, Argüelles o, entre otros, Martínez de la Rosa que no pude visitar al encontrarse cerrado el patio.
Salgo del Panteón y vuelvo sobre mis pasos hacia la estación de Atocha. Continuo andando por el Paseo del Prado hasta Neptuno, veo el Monumento a los Héroes del Dos de Mayo, medio olvidado y escondido, como por vergüenza, que supuestamente recuerda a todos los caídos por España. Y no puedo evitar acordarme de la cita del principio de esta entrada que abría un libro que leí el año pasado sobre el cementerio de Arlington. O sobre la tumba del soldado desconocido del Arco del Triunfo en París. O sobre como nunca faltan coronas de amapolas en los diversos monumentos en honor a los muertos que hay en Londres.
Alguna vez fuimos como ellos. O lo intentamos.
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